Está siendo difícil escribir sobre este día de la mujer, pero me dan muchas ganas de hacerlo. Es que mi trabajo me conecta bien de cerca con una de las peores caras de la violencia patriarcal: el abuso sexual contra las Infancias.
Si bien ya muchxs saben y están informadxs de las secuelas que tiene en la subjetividad un trauma sexual temprano, cada día aparecen casos más brutales y siniestros: abusos cometidos por hombres cercanos a los afectos de esas niñas y adolescentes, a su confianza, a sus recursos individuales y colectivos, y son ellos los que las someten, las avergüenzan, las acorralaY para terminar de describir este cuadro siniestro la institución a la que pertenezco: la justicia, ese lugar donde tienen que ir a contar, mostrar, describir, dar detalles… Ese lugar donde los “facilitadores de la palabra” la tenemos difícil, porque la pregunta que nos surge todo el tiempo es si el objetivo de nuestra intervención será facilitar algo. Porque la burocracia, el machismo, la desidia y la sobrecarga es moneda corriente: falta de recursos, de espacios apropiados y, lo que es peor, de ternura y protección, de una institución fundada para sancionar y no para cuidar.
Después, en las entrevistas aparecen muchas aristas, cada nena, cada adolescente es particular, única, les gusta el deporte o no les gusta, les gusta la música o bailar, les gusta la escuela o se aburren con clase de matemática. Lo que se repite además de la angustia, es el miedo a los hombres y no es sólo por sus experiencias y por la coerción o amenazas que recibieron, es el miedo que viene desde los medios, desde las mamás preocupadas, desde las abuelas angustiadas, desde la escuela, desde las calles oscuras de su barrio, desde enterarse que una mujer es asesinada cada 23 horas, desde la historia mítica y no tanto, que se transmite de generación en generación que les dice sin palabras que tienen que tener cuidado y que terminan de reconfirmar dentro de sus casas a manos de sus padres, padrastros, tíos, abuelos, vecinos, amigos. A manera de enseñanza brutal. Lo personal se hace político y se vuelve estrategia de dominación del binarismo.
Y entonces puteo contra el maldito 8 de marzo que viene irónicamente a recordarnos nuestra vulnerabilidad cultural, destino de mujer que nos marca desde muy pequeñas. Y después que despejo el desánimo que viene adherido a uno de mis roles, mi rol de testiga, me pongo a pensar en lo que facilita, en lo que empuja, en lo que hace que cada vez tenga más entrevistas: porque las nenas cada vez se animan a contar más y las mamás cada vez más, tienen la fuerza para denunciar y eso se llama feminismo, lucha colectiva de mujeres, se llama lenguaje inclusivo, movimientos trans, se llama chicas que llenan mochilas con pañuelos verdes, se llama Thelma, marea verde llenando las calles, paro feminista del 8, se llama ESI y masculinidades deconstruídas.
Es que el patriarcado es piramidal y la respuesta nunca va a ser de abajo para arriba o de arriba para abajo, va a ser entre pares, va a ser fraterno, va a ser entre nosotres, pero más entre nosotras y quiero, ¡deseo con todas mis fuerzas la revuelta del 8!
Y entonces, el 8 de marzo tiene otro sentido, de aquella lucha que se marca para no olvidar, de señalar para recordar que se tiene que caer, cantándolo, gritándolo y repitiéndolo todas las veces que se hagan necesarias: ¡Un día se va a caer pero no será sin lucha!”